Ma wai José Gregorio.

El sol se alza sobre el vasto horizonte, su luz atraviesa al centenar de palmeras que acompañan al rio. Rio que es bañado en resplandor y luce el reflejo precioso de toda la selva. Rio que suena a Boras viajando con paciencia y a remos lejanos de curiaras que vienen. El Rio Orinoco nos acoge y nos regala dormir a su lado. Nos levantamos enérgicamente después de una noche con mucha humedad y llena de mosquitos. La energía que nos mueve viene del brillo del imponente sol al amanecer, del calor, y de pensar que ayudaremos en lo que podamos a esos brazos que reman incesantes desde muy temprano. Con el pecho desbordando de entusiasmo, nos aventuramos en las lanchas y cruzamos a la escuela que está en la otra orilla, donde nos esperan los habitantes del Delta del Orinoco.
En una pequeña estructura con solo tres espacios distintos y apenas contando con la mitad del techo, nos acondicionamos y se arman todas las consultas. Los pacientes aglomerados se acomodan en orden para así empezar la jornada. Cada Warao que pasa es una mirada nueva y un nombre único; en sí mismos, detrás de cada mirada y cada nombre, hay una historia distinta, llena de dolores y alegrías, y una razón por la cual están aquí pidiendo nuestra ayuda. Cada Warao es un mundo singular y nuestro deber es darle la mejor atención a cada individuo personalmente.
Los pacientes, las miradas y sus nombres, fluyen a medida que transcurren los días. Cada uno se va con la seguridad de estar encaminado a una mejor salud, y uno nuevo llega a consulta. Todo avanza con la misma naturalidad con la que el rio discurre frente a nosotros, hasta que, en la tarde del tercer día, a la consulta de pediatría acude una mirada sin nombre.
El vistazo que echa es simpático, da la impresión de que el mundo que está contemplando desde hace apenas 17 días lo deja continuamente anonadado, con los parpados bien abiertos y los ojos hacia abajo. La dulce inexperiencia nos limita a sentir ternura, y no es hasta el riguroso examen físico de la Doctora Verónica que la mirada graciosa se traduce en signo del sol naciente, compatible con meningitis. En conjunto con succión débil y fontanela abombada, este recién nacido sin nombre nos dice más sobre esta comunidad que cualquier palabra.
Los resultados de las pruebas de laboratorio no son alentadores. Sugieren un estado séptico en aquella pobre criatura y se intenta explicarle al padre la gravedad que esto implica. Necesita hospitalización urgente y Tucupita es la opción más cercana, pero para eso se requieren recursos que no tienen a disposición. Las doctoras se quedaron con aquella impotencia, pero eso no las detuvo a continuar la jornada trabajando con aún más vocación; mientras en la orilla, en una curiara partió el bebé con su numerosa familia sin mucha esperanza, justo como parten todos los Waraos enfermos en busca de algo mejor.

El calor y la amabilidad con la que nos han recibido desde el principio no excluye la hostilidad en la que cada uno de ellos se ha formado. En ocasiones, gente que ha salido desde los brazos más profundos del rio muere camino a Boca de Uracoa. Buscaban el pueblo más cercano y alguna solución para su emergencia, pero regresaron sin nada de eso y con un cadáver en la curiara. Quizá estos hechos son los que llevan al padre de aquel recién nacido a visitar el campamento al atardecer.
A pesar de que todo está ya empacado y las horas de trabajo estipuladas se habían acabado, en la mirada de aquel angelito las doctoras ven la razón que las motivó a ser pediatras, a ser médicos, a dedicarse a salvar vidas. Sin tener ni de cerca el material adecuado y necesario para tratar este caso, el milagro se concibe en las manos de la Doctora Yatrci, La Doctora Sol y la Doctora Verónica. De forma improvisada pero magistral, lo tratan con antibióticos, lo bautizan y lo encomiendan al siervo de Dios.
El mayor regalo es verlo dos días después. Su familia alegre nos recibe con agradecimientos que se sienten que vienen del alma, y nada mejor que eso como recompensa. El bebé José Gregorio, sin signos de sepsis ni meningitis, sigue luchando mientras vigorosamente succiona el seno de su madre. Ahora estable, su familia tendrá tiempo para preparar el viaje a Tucupita, asegurando que pronto se mejore completamente y siga creciendo. Esta experiencia nos permite contemplar, de la forma más tangible, el resultado ideal de esforzarse y luchar por ayudar a nuestra gente.
Su nueva oportunidad de vivir se convierte para todos, tanto estudiantes como doctores, en un ejemplo de lo que es ser un verdadero Cumista.
Escrito por Juan José Toro